lunes, 9 de agosto de 2010

El Amor de los METALAMPOS...

Hace muchísimo tiempo, en un planeta que no era éste pero se le parecía un poco en el contorno de la circunferencia, hubo una raza superior a todas las que habitaron el Universo en cualquier época y en cualquier rincón. Eran bellos, inteligentes, generosos, compasivos, valientes y suaves al tacto.

En su apogeo como civilización, lograron construir una sociedad perfecta: en su mundo no existía el hambre, ni el trabajo aburrido, ni los abogados, ni la enfermedad, ni la democracia. Se llamaban los metalampos.
Tal era la sabiduría natural de estos seres, que cualquiera de las grandes mentes conocidas de nuestra civilización (pongamos un Einstein, un Da Vinci, un Sócrates) en el mundo metalampo hubiera tenido que ganarse la vida como empleada doméstica o guionista de televisión.

Pero comencemos por ubicarlos en el tiempo.
El planeta Metalampo no fue contemporáneo a nuestro planeta Tierra, sino muy anterior. Cuando ellos vivieron su maravillosa época dorada, nosotros no éramos siquiera un boceto mal dibujado en la servilleta del cosmos. Para que podamos comprenderlo con una metáfora, diremos que si la historia humana en todo su conjunto se resumiera en el día de hoy, la vida metalampa se habría desarrollado el jueves 12 de agosto de 1933, entre las cuatro y las cinco de la tarde.

En este planeta remoto la vida transcurría en paz. Pero ésta era una paz verdadera, no una breve tregua entre dos horrores, que es lo que nosotros podemos entender como la paz. Los metalampos nunca tuvieron guerras, ni conflictos armados. Tampoco conocieron revoluciones ni epopeyas. Esta ausencia de confrontaciones les resultó muy ventajosa para la práctica del ocio (que dominaban como nadie), pero también les acarreaba algunas desventajas de orden práctico, pues al carecer de momentos históricos, de héroes, de generales y batallas, nunca lograron ponerle nombre a sus calles y el servicio de correo postal fue siempre muy ineficaz. De hecho, es sabido que los metalampos escribieron millones de cartas a lo largo de su historia, pero sólo ocho de ellos pudieron leer alguna.

Al contrario que otras civilizaciones menos humildes, los metalampos no se desvivían por las telecomunicaciones, ni por el perfeccionamiento técnico.
Si había que inventar algo se inventaba, pero sólo si era necesario o urgente. Cuando se topaban con una enfermedad, descubrían la cura; cuando encontraban un precipicio, inventaban el puente. Pero no alardeaban. No avanzaban por avanzar. Hay un ejemplo muy claro de esta actitud: como nunca hallaron problemático esperar media hora y volverse a llamar, jamás desarrollaron la telefonía móvil, a la que consideraban una tecnología histérica.
En realidad, los metalampos no fomentaban el progreso porque no padecían ansiedad por llegar pronto a ninguna parte, dado que se hallaban muy a gusto donde estaban. Y quizás por ese motivo consideraban que el progreso, antes que mejorar la calidad de vida, sólo tendía a afearles el cuerpo. “El mando a distancia no te hace más moderno”, rezaba un refrán metalampo, “lo que te hace es el culo más gordo”.

El único problema de los metalampos era el amor. Cuando dos metalampos se enamoraban de verdad y sin remedio, morían instantáneamente. A veces primero uno, a veces los dos al mismo tiempo. Esto, al principio, provocó que los metalampos tendiesen a la promiscuidad, pero como eran seres de un corazón enorme, una gran inteligencia y una belleza alarmante, no podían dejar de enamorarse tarde o temprano. Y de morir inexorablemente en lo mejor de su edad.

Quizás para equilibrar su paso fugaz, una de las características más obsesivas de los metalampos fue lograr la máxima sencillez en el lenguaje. Para ello hacían uso de un sistema encadenado de caracteres, en donde el mínimo cambio de estructura confería distintos significados. Era tal la capacidad de síntesis del lenguaje metalampo que un dibujante era capaz de realizar un identikit perfecto escuchando del testigo únicamente la palabra “estuqi”.
La composición molecular de su lenguaje propiciaba que cualquier cadena de caracteres significase algo. Un metalampo ciego aporreando un teclado generaba palabras reales. También un bebé metalampo gateando por arriba de un cuaderno. Todos, al pasar por encima de un teclado o garabatear signos en un papel, emitían una idea y hasta a veces un soneto con rima consonante.
Algunos narradores metalampos de vanguardia solían escribir largas novelas tirando seis o siete bolsas con fichas del escrabel desde distancias considerables. De este modo cualquiera podía escribir, con independencia de su capacidad de comprender lo escrito. (En el mundo humano, lo más parecido a esta práctica se denomina blog).

Otra capacidad extraordinaria de esta raza es que sólo eran capaces de adquirir conocimientos en la oscuridad. De día o con luz artificial, únicamente estaban capacitados para disfrutar, reventarse granos, cantar, reproducirse y cocinar. Pero si lo que deseaban era aprender un arte, un oficio o una ciencia no recurrían al esfuerzo sino a la falta de luz.
Para aprender el oficio de repostero, por ejemplo, un metalampo sólo necesitaba entrar en una panadería y permanecer a oscuras un par de horas. Para conocer los secretos de la mecánica automotriz, debía meter la cabeza dentro de un capó y esperar un rato. Para conseguir una licenciatura en psiquiatría, únicamente había que entrar de noche en un manicomio.
Además, la educación era involuntaria. Tras el Gran Apagón del año 878, que duró seis días y provocó terror y suicidios, más de dos millones de metalampos se convirtieron, sin darse cuenta, en campeones mundiales de ajedrez.
Los adolescentes metalampos aprendían todo lo concerniente a la educación básica y media en sólo cuatro noches, encerrados en una biblioteca sin luz eléctrica. Sólo un número insignificante de adolescentes (en general albinos) reprobaban alguna materia y tenían que volver durante el fin de semana. “Me llevé matemáticas a sábado”, le decían a sus padres.

La sabiduría era —de este modo— un bien tan fácil de adquirir que todos poseían conocimientos amplios, minuciosos y extravagantes sobre cualquier cosa. En el mundo metalampo no existían los conceptos de escuela, universidad, taller literario, libro de autoayuda, o televisión estatal matutina. Al no ser la educación un valor agregado, tampoco existía la noción de pedantería intelectual. En el mundo metalampo la erudición no constituía un privilegio sino un síntoma de haber comprado una casa mal iluminada.
Tal era el poder del conocimiento en la oscuridad, que a lo largo de sus vidas los metalampos eran capaces de practicar más de sesenta profesiones diferentes y mantener en activo dos docenas de hobbies. El saber, por tanto, no tenía edad. De hecho, todos los metalampos nacían ginecólogos.

Mucho más complejo y peligroso les resultaba, en cambio, el arduo camino de la conservación de la especie. Al tenerlo todo, era previsible que la naturaleza debiera equilibrar tantos dones sembrando —en la aparente felicidad metalampa— un escollo difícil de soslayar.
El exterminio provocado por el amor mutuo que se profesaban, que nunca pudieron solucionar porque no era de hecho un problema sino una conformación genética, los estaba matando lentamente.

En su apogeo, los metalampos eran alrededor de 180 millones, y su tasa de natalidad menguaba un 6% cada año, dado que el sexo por recreación era peligrosísimo, pues la diferencia entre clímax y amor los confundía bastante.
Las familias, casi siempre, estaban constituidas por una pareja que no se amaba en absoluto, pero que se escudaba en la monogamia por temor a una aventura extramatrimonial que pudiese dejar huérfanos a los niños.

Comenzó entonces, poco a poco, a gestarse el fin de la raza más valiente y hermosa de todas las que habitaron nuestro Universo. Una decadencia tan cruel, injusta y romántica, que generó una de las leyendas más perdurables que se conocen: la orgía del fin del mundo.

Con el paso de los años, entendieron que el miedo a la felicidad podía costarles algo más que la extinción: les costaría la permanencia inútil en una vida sin deseos ni profundidad. Y entonces, con la sabiduría que los caracterizó también en las buenas rachas, decidieron organizar una bacanal de duración indeterminada, con el objeto de que cada metalampo pudiese morir de amor y no de miedo, hasta que no quedase nadie.
Esta fiesta, que fue la más grande de todas las que se han llevado a cabo en el Universo, duró catorce años y comenzó con siete millones de invitados. El vino, la gaseosa y la cerveza se convirtieron en alimentos gratuitos de primera necesidad, y se colocó iluminación accesoria en todos los espacios, para que nadie aprendiese nunca nada nuevo en lo oscuro, durante la orgía monumental.

Los metalampos salieron entonces a las calles a buscar a su media naranja y morir en sus brazos. Después de siglos de monogamia, matrimonio vacío y sedentarismo ocioso, ahora todos conversaron y rieron con todos. Todos se besaron en la boca para saber qué pasaba. Algunos, los más enamoradizos, morían pronto, pero los primeros entierros eran excusas llenas de música para que otros solitarios conociesen gente nueva.
Fueron años de jolgorio, tumulto en las esquinas, sexo casual, mordiscos leves y música improvisada. Como no había vecinos con ganas de dormir (puesto que todos estaban en la fiesta), ni existía la policía, ni las sociedades de derechos de autor (puesto que era un planeta sensato) tampoco había motivos para que la bacanal llegase a su fin ni para que nadie cobrase cánones y multas. Al séptimo año se habían celebrado más de seis millones de muertes por amor, y la música no cesaba. Ni tampoco el amor.

Al comienzo del último año de la fiesta (y de la especie) solamente quedaban 724 metalampos en la superficie del planeta. Desde el aire, parecían una pequeña manifestación enloquecida gritando y bebiendo y cantando. No había dolor ni remordimiento. Cada vez que uno de ellos moría, los que estaban cerca lo cubrían de flores y el grupo seguía el viaje hacia la eternidad elegida.
Por las noches dormían a la intemperie, bajo unas enormes mantas cuadriculadas por donde se metían mano sin saber quién era quién, y se besaban en la oscuridad diciéndose sus nombres para reconocerse. Ni siquiera en los inviernos más gélidos de esos catorce años sintieron frío. Ni siquiera cuando en vez de setecientos fueron noventa. Y tampoco cuando sólo quedaron ocho.
Y después fueron seis; y más tarde tres.

Los últimos dos metalampos amanecieron con algo de resaca, el último día de la especie. Cubrieron de flores al antepenúltimo de sus muertos y se fueron a limpiar un poco el desastre de la noche (botellas rotas, manteles a la miseria, ropa interior por el suelo) antes de fumarse un cigarro juntos y contarse sus vidas.
 Sabían, por haber llegado juntos al final de la fiesta, que eran los anfitriones y que aquélla era ahora su casa.
Los dos estaban un poco sensibles y borrachos, después de tanta fiesta. Eran jóvenes y hermosos.

La mañana parecía de primavera y tenían claro... que no tardarían mucho más en enamorarse.

8 comentarios:

  1. Lean:
    Lo leí dos veces, y me quedé pensando...

    Te pregunto: ellos, cuando el autor (o sea vos), dice "se enamoraban", luego "morían"...por ahí también decís creo del amor fugaz...entiendo como un cuento o leyenda de donde nos explica un poco de donde proviene la historia "DEL AMOR FUGAZ"...esa frase famosa que nos describe la duración de una relación de dos personas...

    Entonces cuando se enamoraban es como que perdían TODO y por enamorarse perdía hasta SU VIDA...

    Lo mismo pasará con nuestra especie? o será la revés? comenzará la vida despúes del enamorarnos de verdad? o simplemente los que estamos vivos es porque aún no no hemos enamorado? El amor seguirá siendo fugaz?

    BRAVO LEAN! TE LO VOY A ROBAR CON AUTORIZACIÓN PARA LOS CHICOS DE 6TO. GRADO, un interesante cuento para trabajar...

    Besotes!!!

    Cin

    ResponderEliminar
  2. Si Ud. me lo permite, Sr.Leandro, quisiera contestarle a Cinthia.

    Srita. Cinthia:
    En mi humilde entender,la raza humana vive "una vida en blanco y negro" hasta que aparece "EL amor" y digo EL amor, porque no es lo mismo que "EL AMOR" o "el AMOR" (quizas ud. entienda). A partir de la llegada del amor, los humanos comenzamos a VER la vida y comenzamos a vivir en colores...VIVIENDO en amor...ENAMORADOS!!!.
    Creo que solo tenemos vida, para llegar al AMOR...se nos da esa posibilidad a cada humano.
    Claro, a algunos les gusta la vida en blanco y negro...y viven huyendo (no conocen otra cosa, o simplemente les gusta asi).
    Otros conocieron la carta de colores mas bella y tuvieron la desdicha de llegar al final...(es lo mas parecido a Morir en Vida).
    Otros, los mas afortunados...viven EL amor ENAMORADOS...y siguen VIVIENDO!!! (afortunados!!!).
    Creo que a diferencia de los Metalampos que tenian el enorme DON de Morir en el momento mas SUBLIME,...el Humano tiene un DON mas EXTRAORDINARIO...SOBREVIVIR A: ENAMORARSE Y PERDER ESE AMOR.
    Y no solo SOBREVIVIR a eso...
    Pensa en el ENORME DON de: SOBREVIVIR y CORRER EL GRAN RIESGO DE VOLVER A ENAMORARTE...
    (para volver a sentir toda la belleza que te llena el alma, para volver a sentir tu alma llena...para sentir todo lo que nos hace sentir EL AMOR hacia y de alguien).
    El humano entonces...a mi entender (aparte de muchos otros)tiene EL DON DE SOBREVIVIR AL AMOR Y AL DES-AMOR. Y reincidir en EL.
    Hace falta mucho VALOR para ENAMORARSE...sabiendo los riesgos que se corren.
    Que, en el caso del ser humano no es el riesgo de MORIR, que seria muy facilista...
    Nosotros sabemos
    SOBREVIVIR A PESAR DE TODO...
    SABEMOS REPONERNOS A PESAR DE TODOS.
    PODEMOS SONREIR...
    Y VOLVER A INTENTARLO!!!.

    PD: El AMOR FUGAZ....no deja de ser AMOR. Solo tiene tiempos mas breves de sufrimiento cuando pasa a ser FUGAZ.

    BESOS.!!

    ResponderEliminar
  3. no cin...no tiene nada que ver el amor fugaz aca...
    se enamoraban y morian...y decidieron enfrentar el problema con valor y de la mejor manera posible...
    enamorandose sin miedo a morir...
    el amor significa renuncia...y ellos por amor renunciaban a lo mas preciado que era su vida...

    a veces no hay que enroscarze tanto trantando de darle media vuelta de tuercca a lso textos...a veces la idea no esta entre lineas sino que esta ahi al alcanze de la vista...

    beso

    ResponderEliminar
  4. ivi!!!!...
    solo puedo regalarte un apluso y una sonrisa..
    va..la sonrisa me la robaste on tu post...

    gracias a la vida tengo gente como vos dentro de mi universo personal..
    y que ademas me revindica el saber que no me equivoque al elegirte como parte de mi mundo...

    gracias!!!...

    ResponderEliminar
  5. O sea que a los Metalampos no les servía de mucho su inteligencia porque morían cuando se enamoraban...¿¿¿???
    El Amor era su Trágico destino...¿¿¿¿???...
    Cariños y besotes!!!
    También estás en el mío Lean...Gracias!!!

    ResponderEliminar
  6. Yo quiero vivir enamorada en MI MUNDO! cuando llega el amor...con él la vida...

    No quiero a los Metalampos me quedo con Los Rosados...jaja
    ...que según dicen que los Rosados son la envidia de los metalampos. A éstos de nada les servía su inteligencia porque morían cuando se enamoraban. Era el amor su trágico destino, mientras que para los Rosados es su maravilloso comienzo y la razón de su vida. (ESTO ME GUSTA)Por el contrario, cuando acaba ese enamoramiento, desaparecen, vuelven a ser personas grises, apagadas, opacas, que viven inertes y por inercia.
    Existe en el mundo un número par de Rosados. Siempre existen de a dos, y es fundamental el uno para el otro. Los Rosados no son individuos, son parejas.

    Los Rosados no caminan por la calle, sino que flotan, se deslizan lentamente sobre las veredas y calles, tomados de la mano o abrazados. Es fácil encontrarlos (cuando están en actitud de reposo) en plazas y parques –independientemente de que haga frío o calor. Ellos nunca tienen apuro, se mueven tranquilos, despacio, tratando de prolongar el presente que los une hasta el infinito.
    Un ciudadano atento notará que los Rosados no miran lo que sucede a su alrededor, sino que circulan con la mirada perdida, como mirando un punto fijo en el horizonte, y es evidente que lo único que cada uno ve en ese punto es una imagen de su pareja. Suelen, por ese motivo, tener golpes contra postes mal ubicados, y tropiezos con baldosas flojas. Sin embargo, prácticamente no les duele.
    Los Rosados sienten, perciben, pero sólo lo que sucede dentro de ellos. Tienen una especial capacidad para decir –en realidad, no dicen, sino que susurran– lo que sienten en su corazón, en la sangre; el perenne “sza sza szu”. Sin embargo, son insensibles a lo que ocurra fuera de esa burbuja invisible que los rodea y los abstrae de la realidad exterior, de las condiciones climáticas, los múltiples hechos sociales, los ruidos, las bombas atómicas que pudieran explotar a sus costados. Los Rosados desmerecen a las cuestiones mundanas que preocupan al resto de las personas; jamás se quejan de los problemas en la facultad, de la plata, los gobiernos y la falta de lluvia.
    La memoria es otra de sus virtudes; recuerdan al flotar en la calle, todos los lugares y acontecimientos intrascendentes que ambos han compartido en algún instante. “En ese quiosco compramos un chocolate hace 2 meses”, “tenés una campera parecida a la de aquel chico; a vos te queda mejor”, “frente a ese edificio te di un beso hace 16 días”. La cursilería es una característica, una virtud y una necesidad. Son Rosados, seguramente, quienes escriben las tarjetas Junot.
    Los Rosados son parte del paisaje de las plazas y parques, de los centros comerciales, de las arboledas. Inspiran ternura y bondad. A nadie se le ocurriría cometer un delito frente a ellos; más de un ladrón ha devuelto una cartera a su víctima, cuando vio a dos Rosados. Acto seguido, le mandó un mensaje de texto a su novia diciendo que la quería.
    Los poetas que no aman, piensan en ellos cuando la inspiración no llega.
    Sin embargo, contrariamente a lo que cualquier persona sensata pueda suponer, los Rosados tienen enemigas. Son mujeres normalmente mayores, conservadoras, y que acusan a los Rosados de inmoralidad, de pervertir a los niños, y de que el mundo esté como esté.


    IVI Y LEAN LES DEJO BESOTES Y BUEN FINDE! BYE!

    ResponderEliminar