Soy el dolor, soy la lluvia que moja tus pies.
Soy el veneno que se inserta en narices frías noche a noche.
Soy lo cotidiano, lo veraz (lo voraz).
Soy tu miedo a la libertad, ese miedo que crispa y alborota entrañas.
Está tronando el olvido lentamente. Por que olvidamos alcobas, olvidamos muertos, olvidamos vidas, amigos y enemigos. Olvidamos vivir y cuando nos acordamos de salir de esa perpetua amnesia somos canosos y tenemos artrosis.
Baila el viento sucumbiendo en varias manos y todo queda en el olvido.
Un verano feliz.
Y luego quiero un perro, una avioneta, un calefón, un sentido del color de mi alma.
Quiero correr por las vibraciones del reloj, treparme por tus párpados, moler a golpes los tímpanos de tus orejas.
Todo aquí es gastar las suelas, el pulso. Quizás necesite diez o veinte años para gastar hasta que no haya ni un poco de algo.
Pero seguiremos aquí, donde el sol se esconde por miedo a ser bombardeado, donde somos libres en un mundo apedreado.
Quiero vender mis recuerdos y mi dolor de almidón.
Acarreamos con el dolor de esa espina intrascendente pero primordial a la vez, no lo vemos pero lo olemos. Siempre lo olemos. Se huelen mentiras, perdones, fluctuaciones, y vibraciones.
Se trata una vez más de atrapar al pez gordo, de ir contra la corriente, con la corriente, esquivar al tiburón y salir ileso de los pescadores.
La diferencia está en el tiempo, en cuanta longitud de tiempo logràs suicidarte.
Envenenar tus sueños.
Y ahí pebete ¿Quién calma tu dolor?.
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